May 24, 2021 Servicio de noticias DEPARTAMENTALES, SAN JUAN
Por Maria Agostina Montaño
El día que Ramona Gumersinda Bravo nació, su papá Julián y su mamá Alejandra la anotaron en la pared. En esa casita de Huaco, Jáchal, donde Ramona vivía con sus hermanos, era la técnica que tenían para no olvidar las fechas de nacimiento de sus hijos. Es que ir a asentar un bebé no era tan sencillo como ahora y la costumbre se popularizó entre las familias del campo.
Gumersinda significa viajero, caminante, pero a ella no le gusta ese nombre y seguido les preguntaba a sus padres: «¿No hallaron otro nombre para ponerme?», ahora lo recuerda con cariño pero prefiere que le digan Ramona.
Ramona nació un 14 de enero de 1921 y a la fecha tiene 100 años. Ya no vive en Huaco, donde se crió, y comparte sus días con algunos de sus hijos, nietos, bisnietos y hasta tataranietos, en una casa de El Mogote, en Chimbas.
«Yo estoy bien, ya me fueron a vacunar y no me pasó nada», cuenta mientras camina entre las gallinas que tiene en el fondo y les da de comer maíz.
Ramona es chiquita, muy chiquita, y es el bastón el que la ayuda a caminar, pero lo hace sola y no necesita ayuda de sus nietos que van detrás por miedo a que se caiga.
Uno de sus tataranietos juega con ella, la mira y camina detrás cuando sale a darle de comer a los animales.
Ramona tuvo 12 hijos, tres de ellos murieron. En su casa, ella convive con 8 personas de la familia, entre ellos hay algunos hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. En total, Ramona tiene 28 nietos, después, todos perdieron la cuenta y les cuesta recordar cuántos bisnietos y tataranietos hay, pero son muchos.
Cada tanto se reúnen pero la pandemia hizo que la abuelita se tenga que quedar en su casa y, aunque reconoce que no le molesta, sí admite que le dio mucho miedo al enterarse del coronavirus.
«Yo siento conversar a las chicas y me da miedo. Le pido a Dios y a la virgen que me ayuden», relata Ramona. Por eso, aprovecha su aislamiento para cuidar a las gallinas, chanchos, conejos y caballos que tiene en su casa. Amasa pan casero porque «los panes de ahora no son panes, son fieros», dice y también hace su propia salsa. Otro de sus pasatiempos es «hacer plantitas», las cuida y las riega todos los días temprano para después ayudar a su bisnieta a cocinar.
Del terremoto de 44′ no se acuerda mucho y dice que es porque «antes no había radio, vino una visita a la casa y me contó». Y del terremoto del 77′ solo tiene registro de haberse asustado mucho. «Mire usted que yo todavía limpio, ahora me está fallando un poco la pierna pero el bastón me ayuda mucho. El médico dice que estoy bien, no tengo azúcar, ni nada en los pulmones», asegura orgullosa.
De niña, Ramona iba a la escuela en caballo o en burro, todavía se acuerda que «había un solo maestro para todos» y que su mamá la mandó nada más que hasta segundo grado.
Ramona no tuvo una vida cómoda. Después de tener a su primer hijo comenzó a trabajar en las pasas y para hacerlo dejaba a sus niños solos. «Antes no había peligro de nada. Las más grandes cuidaban a los otros más chicos y cuando yo venía ya tenía medio hecho de comer, yo les daba de comer y a la tarde me iba de nuevo a trabajar. He pasado mucho frío y mucho calor», recuerda.
Hace 25 años, Ramona perdió al padre de sus hijos pero para ella «fue hace muy poco» y también es la única de sus hermanos que continúa con vida.
La abuela no conoce de Facebook, de Instagram, o de Twitter y lo que se entera de afuera es porque se lo comentan. El secreto de la longevidad, tampoco lo conoce, pero sí se acuerda de cómo se pintaban antes las chicas, cuando el maquillaje no era de lo más popular. «Yo agarraba una florcita colorada que teníamos allá, que le decíamos ‘El denge’, con esa me pintaba los ojos y la mamá se enojaba y nos mandaba a despintar», cuenta entre risas.
Antes de irnos, nos invita a comer: «Vengan así les hago unos panes y un locro», y se lo prometemos, vamos a volver.
Fuente: Tiempo SJ
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