Jun 07, 2024 Servicio de noticias DEPARTAMENTALES, SAN JUAN, SOCIALES
Por: Cecilia Corradetti
Era muy joven cuando se cruzó a una monja en las escalinatas de la vieja catedral de San Juan. Cruzó dos palabras y fueron un antes y un después en su vida. Su historia, su actividad docente y el regreso a Tamberías, el lugar que la vio nacer.
El puntapié de la historia religiosa de Gladys Uliarte fue una tarde de 1973, cuando tenía algo más de 20 años y trabajaba en un estudio jurídico. En aquel instante vio en las escalinatas de la catedral de San Juan una monja de edad avanzada cargada con pesadas bolsas.
No le importaba tanto salir con amigos y prefería acercarse a las monjas. “Cada domingo, en vez de hacer la vida que hacían los jóvenes de mi edad, como disfrutar de la pileta o ir a bailar, me iba a compartir el día en aquel colegio. Creo que el llamado de Dios lo viví de esa manera, siempre es diferente en cada persona. Enseguida me enamoré de esa congregación”, repasa la hermana Gladys a Tiempo de San Juan.
Corrió mucha agua debajo del puente. Estudió el profesorado de Matemática, Física y Química; se convirtió en una religiosa de gran vocación social y vivió en Buenos Aires, Córdoba, Olavarría, Quilmes… hasta regresar, ya jubilada, nuevamente a su Tamberías natal, en Calingasta, la localidad que la vio crecer y disfrutar de una maravillosa infancia.
Hoy, a la vuelta del camino, con 77 años, instalada en “su lugar en el mundo”, sigue con ferviente pasión la actividad para la que, confiesa, nació: el acompañamiento espiritual, la catequesis y la solidaridad en las escuelas carenciadas de su zona. A su edad y con una vitalidad que sorprende, sigue manejando y llevando donaciones a las escuelas de Calingasta donde apremian las necesidades.
¿Qué reflexión puede hacer tras tantos años de vida consagrada?
— Que Dios tiene caminos insospechados e increíbles para cada uno. Siento que Dios me tenía preparado esto. Hace cuatro años regresé al departamento, podría estar en una casa que la congregación posee en Moreno para religiosas jubiladas, con todas las comodidades y, sin embargo, siento que tengo mucho para dar todavía. Trabajo en un radio de 80 kilómetros visitando establecimientos y haciendo acompañamiento espiritual. Si Dios me lo permite quiero seguir así, rezo siempre y para continuar en este lugar que me vio nacer y ruego que me cobije en el atardecer de mi vida…
–¿Quién es Gladys Uliarte?
— La hija de Hipólito y de María Edelfa, la mayor de cinco hermanos, la chica de Tamberías. La religiosa que ingresó a este mundo en 1974 y que pasó años maravillosos en cada uno de los destinos. La rectora de colegios, directora, docente. La hija que llegó a visitar a su madre a la tierra natal y la sorprendió la pandemia y que, por esas cosas de la vida, decidió quedarse. Esa soy yo.
–¿Cómo decide poner el hombro en las zonas más vulnerables?
–En esa época de pandemia en que todo estaba cerrado, me puse a redactar un proyecto para colaborar en algunas comunidades olvidadas como Villa Colón, Hilario y zonas de Calingasta. Siempre con la idea de visitar familias y llevar ayuda y donaciones. Lugares donde no hay transporte, no hay comunicaciones. Mucho de lo que suelo acercar son colectas de la Fundación Vivencias Argentinas, situada en Mendoza, donde colaboro desde hace algunos años.
–¿Su familia tuvo que ver con su vocación religiosa?
–Mis padres eran católicos y creyentes pero no practicantes fervientes. Cuando llegaron los misioneros a San Juan yo tenía seis años y tomé la comunión, fue un verano que hicimos la catequesis con muchos otros chicos. Mi familia era muy unida y tuve la suerte de tener bisabuelos, tíos, primos. Tamberías era nuestro lugar en el mundo, donde la familia se reunía y donde todos los domingos nos íbamos a la cama de mis padres a compartir la mañana y el desayuno.
–¿Alguna vez se arrepintió de la decisión?
–Jamás. Desde el primer año, que consiste en silencio, discernimiento, soledad y oración, supe que era lo mío. En esa época el postulado lo hicimos en Olavarría junto con una hermana uruguaya y fue una experiencia maravillosa. Acompañamos a muchas chicas en el colegio. Luego, en Buenos Aires, descubrí un mundo nuevo y también muy enriquecedor. Mucho más tarde fui rectora en un instituto del Rosario, en Córdoba, donde también coseché historias inolvidables. Creo que en 50 años podría escribir un libro.
–¿Cómo es su vida hoy?
–Hermosa. Cada lugar donde estuve tuvo algo de especial y hoy, el hecho de trabajar en mi provincia es algo hermoso. Porque va más allá del trabajo, es compartir un asado, una festividad, acompañar a una comunidad. En fin. Podría estar cómodamente en Moreno, en una casa que tiene todas las comodidades para las religiosas de la congregación que estamos ya jubiladas. Hay muchas actividades, costura, pintura, manualidades. Hasta psicólogos. Pero no, yo siento que tengo mucho para dar todavía, tengo que seguir llegando a hogares sin calefacción, abrigo ni alimentos. Necesito eso, seguir ayudando. Y si es mi provincia, mucho mejor aún.
Fuente: Tiempo de SJ
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