Ago 29, 2022 Servicio de noticias DEPARTAMENTALES, SAN JUAN, SOCIALES
Por: Walter Vilca
Una travesía por la cordillera en Calingasta. La sospecha del contrabando desde Chile. El alevoso asesinato del baqueano que guiaba esa aventura. Y un misterioso compañero de viaje, un sujeto al que llamaban “Doctor” y era exagente del Servicio de Inteligencia del Estado. Todo esto en una misma historia, tan increíble como en un thriller policial y tan tristemente real que, a más de 50 años, el caso sigue sin resolverse.
Aquello empezó con el plan de un viaje desde Villa Calingasta a Chile a través de la cordillera. El principal interesado en esa peligrosa aventura era Cecilio Funes Franco, un enigmático hombre que hacía tiempo estaba asentado en el pueblo calingastino junto a su esposa, la médica Isabel Carrizo, y que se presentaba como doctor.
Los registros periodísticos y judiciales no describen mucho sobre la vida de este hombre al que todo llamaban “Doctor” y que despertaba intriga. No era profesional, pero sí un exgente de la SIDE que por alguna razón ocultaba su antigua actividad y se paseaba por Calingasta como un emprendedor minero y profesional de la medicina.
Un viaje arriesgado
Funes Franco contrató al chileno Ledesma Ledesma para que oficiara de guía en esa expedición que tenía a ellos dos como únicos protagonistas. Nadie supo exactamente a qué viajaban a Chile, pero había rumores. Eduardo González, un vecino y conocido del baqueano, relató que le escuchó decir a éste que iban a buscar 60 kilos de yodo concentrado. Ese compuesto químico era un producto que escaseaba en aquella época y que, por su costo, resultaba un buen negocio traerlo de contrabando del país vecino.
El 20 de noviembre de 1971, Ledesma Ledesma y el «Doctor” Funes Franco partieron en dos caballos y con dos mulas cargadas con provisiones con destino a Chile. Es todo un misterio qué hicieron y qué pasó en ese trayecto de ida y vuelta por entre las montañas, que duró más de dos semanas. Hay constancia que ambos cruzaron de Chile a Argentina el 28 de noviembre de 1971 por el paso fronterizo de Talhuén, en la zona de Coquimbo.
Curiosamente, la tarde del 9 de diciembre de ese año, Funes Franco apareció solo y con las dos mulas en la vieja mina La Alumbrera. Allí dejó a los animales con la promesa de volver a buscarlos y consiguió que un camionero lo lleve a la Villa Calingasta. Lo extraño fue que, una vez que arribó al pueblo, no permaneció más de un día con su mujer y su hijo y desapareció de San Juan. En su casa dejó unos bultos con ropa y pertenencias de su guía, el chileno Ledesma Ledesma.
El cadáver
Hasta ahí, nada que despertara sospecha en la gente ni en las autoridades. Es casi nadie sabía de ese viaje por la cordillera. La sorpresa surgió una semana más tarde en el paraje “Potrerito”, a 15 kilómetros de la mina La Alumbrera y a 60 de la Villa Calingasta. El 16 de diciembre, dos mineros de apellidos Segovia y Olivares que caminaban por las márgenes del arroyo llamado Las Trojas encontraron un cadáver en avanzado estado de descomposición. Era un hombre con el torso desnudo. Su camisa de grafa y camiseta de frisa permanecían al lado del cuerpo y presentaban manchas de sangre.
Los policías de Calingasta llegaron al otro día y constataron, por el documento que hallaron en un bolsillo, que la víctima era el baqueano chileno Mario Antonio Ledesma Ledesma, de 42 años, a quien conocían porque radicaba en el departamento. Al otro lado del cauce hallaron un pullover de lana entre las piedras. A 600 metros de ese lugar apareció uno de sus caballos y un poco más allá otro animal.
Lo impactante fue que confirmaron que se trataba de un asesinato y que había ocurrido, al menos, 7 días antes. El cadáver de Ledesma Ledesma presentaba dos balazos que atravesaron su tórax. Le dispararon por la espalda con una pistola calibre 45. La camisa de grafa y la camiseta de frisa evidenciaban los agujeros de los proyectiles. Por otra parte, lo primero que pensaron fue que el pullover hallado al otro lado del río pertenecía al asesino, pues se apreciaban restos de sangre, pero no orificios de bala.
La pista del “Doctor”
Los policías en ese momento desconocían con quién había andado el baqueano. A los días, el asesinato del baqueano chileno ya estaba en boca de todos en Calingasta. El caso conmocionaba. Ahí, los investigadores tomaron conocimiento que desde el 20 de noviembre no veían a Ledesma Ledesma en el pueblo y que lo último que sabían sus conocidos fue que había viajado a Chile como guía del «Doctor” Funes Franco.
Fue un primer indicio. Los policías después recibieron testimonios de los mineros que vieron arribar a Funes Franco a la mina La Alumbrera, el 9 de diciembre. A través de ellos confirmaron que el «Doctor” venía de la misma zona de donde encontraron el cadáver del baqueano. Además, los obreros relataron que ese día lo notaron “nervioso, apurado y procupado”, según la causa.
Eso lo puso en la mira de los investigadores. A fines de ese mes, la Policía allanó la casa de Funes Franco en Calingasta por orden del juez Arturo Lerga Armendáriz. No lo ubicaron. Su mujer aseguró que había viajado a Paraguay a visitar a su hermana. Los policías igual requisaron toda la vivienda y se encontraron con algo llamativo: hallaron una bufanda, tres pantalones, unos botines y los abrigos de Ledesma Ledesma, incluso una libreta de ahorro a nombre de éste.
¿Qué hacían esas pertenencias del baqueano muerto en casa del principal sospechoso? Otro dato revelador fue que allegados a la familia reconocieron que ese pullover de lana con manchas de sangre que se halló a metros del cadáver, era del «Doctor”. Así también, la misma empleada doméstica de Funes Franco declaró que el día que éste llegó de Chile le lavó un pantalón tipo bombacha con restos de sangre. Esa mujer también admitió que su patrón poseía una pistola y que no volvió a ver esa arma en la casa desde aquel viaje a Chile.
El único sospechoso
Todo comprometía a Funes Franco. Fue así que pidieron la captura del “Doctor” por el delito de homicidio. Mientras tanto su esposa insistió que él era ajeno al crimen. Aseguró que su marido estaba en Paraguay visitando a su hermana enferma y juró que desconocía el motivo del viaje a Chile con el baqueano.
Funes Franco estuvo prófugo durante ocho meses hasta que alguien llegar la información de que estaba viviendo en Santiago del Estero. A principio de agosto de 1972, la Policía santiagueña capturó al «Doctor” en la localidad de Colonia Jaime y lo trasladó en calidad de detenido a San Juan.
En la indagatoria negó la autoría del asesinato y se las arregló para dar excusa de todo, aunque no fue muy convincente. Alegó que el viaje al vecino país tuvo como fin visitar a un reconocido médico chileno por una consulta sobre las propiedades terapéuticas de las aguas termales del paraje “El Gordito”.
Dijo que pagó 30 mil pesos a Ledesma Ledesma por su trabajo de guía y que regresaron sin problemas, pero en el trayecto se encontraron con cuatro amigos del baqueano y decidieron separarse. Según el «Doctor”, su compañero de viaje se quedó con esos hombres y le pidió prestado los dos caballos para continuar camino en otra dirección, mientras que él con las mulas emprendió el rumbo hacia Calingasta. Agregó que no conocía a esas otras personas, mencionó que escuchó que uno era de apellido Manrique y el otro Ramírez.
La coartada
Sobre por qué encontraron la ropa de abrigo y los botines del baqueano en su casa, respondió que el mismo Ledesma Ledesma pidió que los trajera y los guardara hasta que pasara a buscarlos. En relación a su pullover de lana hallado en la escena del crimen, sostuvo que le prestó esa prenda al chileno antes de que se despidieran. Y negó tener armas en su domicilio y argumentó que era mentira que aquel día que llegó de Chile venía con su bombacha manchada con sangre.
El juez del caso le preguntó sobre su sorpresiva partida y contestó que viajó de urgencia porque recibió noticias que su hermana estaba en grave estado de salud en el Paraguay. Aclaró que jamás eludió a la Justicia, incluso explicó que a su regreso a Argentina se presentó en una sede de la Policía Federal y le comunicaron que no existía ninguna orden de captura en su contra. Esto último no era cierto, el pedido de detención estaba vigente desde diciembre de 1971. Otra cosa que no supo responder fue por qué no volvió más a Calingasta.
Poco creíble
Mentía en parte y muchos de sus relatos eran fácilmente rebatibles o inconsistentes. Ninguno de sus conocidos escuchó hablar sobre el viaje con el propósito de estudiar las aguas termales. Es más, algunos testigos que declararon en la causa aseguraron que Funes Franco dio distintas explicaciones sobre el motivo de esa expedición: que se internó en la cordillera a buscar minas, que fue a hacer medicina de montaña, que tenía que visitar a unos parientes en Chile, que debía encontrarse con un ingeniero o que fue atender a arrieros enfermos.
Funes Franco confesó que no era médico y menos pudo acreditar que pasó por las aulas de la Facultad de Curitiba en Brasil, tal como solía alardear. Eso sí, admitió que formó parte de la SIDE. Otra de sus falacias fue la historia del viaje de urgencia al Paraguay por su hermana enferma. Los policías corroboraron que el 8 de noviembre de 1971 él ya había recibido una carta de María Luis Funes Franco, en la que ésta le contaba que había sufrido un infarto meses atrás. En esa misiva su hermana le confiaba estaba fuera de peligro. O sea, “El Doctor” sabía de esta situación antes de partir a su aventura a Chile con el baqueano.
Primer fallo
Para el juez del caso, las pruebas halladas en el lugar, los testimonios de los mineros y vecinos y las propias versiones contradictorias de Cecilio Funes Franco llevaron indudablemente a señalar a éste como autor del asesinato del baqueano Mario Antonio Ledesma Ledesma. Porque si bien no hubo testigos directos del crimen, el «Doctor” fue el único que estuvo en la cordillera con la víctima y posteriormente regresó solo de aquel viaje, el 9 de diciembre de 1971. Esto coincidía con la fecha de muerte de Ledesma Ledesma. Según los estudios forenses, cuando encontraron el cadáver el día 16 de diciembre, la víctima ya llevaba, al menos, siete días de fallecida.
En febrero de 1974, la Justicia sanjuanina condenó al «Doctor” Funes Franco a la pena de 11 años de cárcel, pero no todo quedó ahí. Su defensa apeló esa sentencia de primera instancia y el fallo fue revisado por el tribunal de la Sala I de la Cámara Penal. El caso dio un giro inesperado en manos de esos jueces y el único favorecido fue Funes Franco.
La revisión del caso
Los jueces de cámara Alejandro Fidel Martín y José Alejandro Hidalgo analizaron el fallo y entendieron que era verdad que había pruebas, pero no las suficientes para una condena. En ese sentido, cuestionaron a la instrucción por no investigar la versión de Funes Franco acerca de la presencia de esos cuatro arrieros en la cordillera que supuestamente se fueron con Ledesma Ledesma.
Sostuvieron que no apareció el arma homicida y menos se secuestró ese supuesto contrabando de yodo concentrado. Porque la teoría oficial era que el «Doctor” mató al baqueano por una disputa o para silenciarlo por la maniobra delictiva del contrabando. Y en ese sentido, para ellos no tenía sustento esa hipótesis.
También señalaron que el testimonio de la empleada doméstica que dijo que vio una mancha de sangre en el pantalón de Funes Franco y un arma en su casa, resultaba difícil de corroborar. Remarcaron que el hecho de que el acusado se atribuyera un falso título profesional o mintiera sobre los motivos de su viaje a Paraguay, no lo convertía en un asesino.
“¿Es posible un crimen sin motivo?”, se preguntaron. De acuerdo a sus conclusiones, no hallaban razones para que un hombre “respetado” y con un buen pasar económico le quitara la vida a un baqueano pobre y sin familia en San Juan. “Podrán afirmar que un crimen queda impune, pero será muchísimo más desgraciado y perjudicial para la sociedad toda, que un inocente pague por un crimen que no cometió”, expresaron en su dictamen. Destacaron que “las dudas son tantas y tan graves”, que debían fallar en favor del acusado. Fue así que votaron por revocar la condena de primera instancia y dictar la absolución de Cecilio Funes Franco.
Voto disidente
El que se opuso fue el juez Carlos Graffigna Latino que, incluso, planteó que la condena debía ser más dura. Para él no cabía dudas de que el «Doctor” era el responsable del asesinato y las pruebas lo incriminaban. Una muestra de ello fue que este hombre dio distintas versiones sobre el motivo del viaje a Chile y nunca mostró interés o preocupación por la suerte del guía contratado por él mismo, en cambio permaneció prófugo durante 8 meses.
Otro punto que atacó fue que resultaba inverosímil esa versión de que su guía se marchó con otros arrieros y lo dejó solo en un sitio tan alejado y peligroso como la cordillera, siendo que él le había pagado para que lo acompañase porque no conocía el trayecto. Algo pasó allí, especuló. También era poco creíble que le prestara los caballos al hombre más experimentado –la víctima- y él se viniera en mula y con las pertenencias de la víctima.
Sin castigo
El juez Graffigna Latino sostuvo que nadie puede aceptar como pura casualidad el hecho de que el pullover del «Doctor” apareciera cerca del cadáver y con manchas de sangre. Eso evidenciaba que estuvo allí al momento del asesinato. Otro punto inadmisible y contra toda lógica, explicó, era esa versión del acusado de que el baqueano se despojó de sus abrigos, su libreta de ahorro y otras pertenencias y se las entregó para que las llevara a Calingasta.
Recordó que el cadáver tenía el torso desnudo y encontraron apenas una camisa de grafa y una camiseta de frisa al lado de sus restos. La víctima estaba con casi nada de ropa. Quién en su sano juicio se quedaría con esas pocas prendas de vestir en un lugar tan desolado y caracterizado por las rudas inclemencias del tiempo, conjeturó.
Para el magistrado, Cecilio Funes Franco cometió el asesinato y huyó desesperado. En su fuga perdió el pullover y trajo consigo las pertenencias de la víctima que estaban sobre las mulas. En esa hipótesis, consideró que el «Doctor” procuró ocultar el crimen desde el principio, por eso desapareció al otro día de arribar a Calingasta y permaneció fuera del país por algunos meses. Y afirmó que sus declaraciones no fueron para nada convincentes; es más, sonaban a mentiras como tantas cosas que decía de su vida.
A diferencias de sus pares, el juez Graffigna Latino expresó que debían ratificar la condena y propuso elevar la pena a 16 años de prisión. Sin embargo, su pedido no prosperó, dado que se impusieron los votos de Martín e Hidalgo. El 24 de septiembre de 1974, por mayoria, el tribunal resolvió revocar el fallo condenatorio de 11 años de prisión y absolvió por el beneficio de la duda a Cecilio Funes Franco. Ese mismo día, el «Doctor” recuperó la libertad. Desde entonces, el caso del baqueano chileno asesinado en la cordillera permanece sin respuesta.
Fuente: Tiempo de SJ
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