Dic 22, 2021 Servicio de noticias DEPARTAMENTALES, SOCIALES
Por: Viviana Pastor Destino San Juan
No se separaba nunca de ella porque estaba seguro que ese pedazo de papel le daba buena salud. Es que el hombre de la foto ya lo había curado antes.
Segundo Araya, el curandero, ya estaba muerto, pero para Américo Tello su sola imagen era suficiente para mantenerlo sano, tal como funciona la iconografía en cualquier religión.
Diego Escolar, Doctor en Antropología de la Universidad de Buenos Aires, lo menciona en la publicación “Arqueólogos y brujos: la disputa por la imaginación histórica en la etnogénesis huarpe” (2003).
“Mi padre no era brujo, era curandero. El veía las aguas (orina) y con eso les daba yuyos y los curaba. Mucha gente venía a verlo. No sabemos cómo se inició en eso, pero desde que yo recuerdo él siempre curó”, dijo Gerónima Araya, la única hija de Segundo que aún vive en Barreal, departamento Calingasta.
Por primera vez, Gerónima, de 90 años, contó la historia de su padre y algunos recuerdos “porque de todo esto hace mucho tiempo, mi padre murió hace 30 años, yo lo cuidé en sus últimos días”. Su compañero de vida, Segundo Cornejo, también hizo su aporte.
Don Segundo Araya nació en Chile y como muchos compatriotas cruzó a pie la cordillera de Los Andes para trabajar en San Juan en la década de 1920. Por entonces, Federico Cantoni construía la Ruta 12 y toda la mano de obra era bienvenida.
Araya tenía unos 18 años y como él, también cruzó el macizo de piedra Luisa Araya, que a pesar del apellido no era pariente, terminaron viviendo juntos en la localidad de El Carrizal donde criaron a sus cinco hijos.
En la fresca galería de la casa que construyó Cornejo, sobre la ruta 149, junto a la palmera gigante que tenía pocos centímetros cuando compraron en lote, el yerno de Araya contó sus recuerdos.
“Venían de todos lados para que los atendiera y los curara. Una vez llegó un señor que había ido a muchos médicos y no sabían que tenía. Don Segundo lo atendió, le dijo lo que tenía que hacer y que volviera a los 15 días.
El hombre volvió y estaba mejor, le dio otros yuyos y le dijo que volviera a los 30 días. Cuando el hombre volvió ya no tenía nada y le dijo: ‘¿Sabe la cantidad de plata que he gastado en médicos? y me ha curado usted’. Le dejó mucha mercadería y mi suegro le dijo que no vuelva que ya estaba sano.
Muy contento se fue ese hombre”, recordó Cornejo.
Los más ancianos del departamento lo recuerdan muy bien a don Araya, como doña Cora Esquivel de Toro, nacida y criada en la Villa Calingasta (otro gran personaje para rescatar).
“Don Araya era chileno y era famoso por sus curaciones, iba mucha gente a verlo y él nunca cobró por curar, la gente le daba lo que tenía, fruta o alguna gallina”, contó Cora.
Escolar señaló que don Segundo era el guía y ayudante de Salvador Debenedetti, arqueólogo y antropólogo, uno de los iniciadores de la arqueología en la Argentina.
“En la introducción de su informe sobre los Valles Preandinos de San Juan, Debenedetti reconocía en Don Segundo Araya uno de sus estrechos colaboradores y guías (1917).
Segundo vivía en una finca junto al principal sitio con vestigios de artefactos y viviendas de los antiguos pobladores indígenas de Barreal –que Debenedetti imaginaba como semejantes a las actuales– y poseía ya experiencia en el rescate de artefactos y momias para coleccionistas tales como Desiderio Aguiar”, señaló Escolar.
Y agregó: “Pero actualmente Segundo no es recordado como auxiliar de arqueólogos sino como el más famoso brujo local y como ‘auténtico’ indio.
Según abundantes relatos Segundo –fallecido hace aproximadamente dos décadas– curaba cualquier tipo de enfermedad, hacía aparecer a voluntad extraños animales u objetos”.
Su hija no está segura de que su padre haya sido un indio auténtico, pero admitió que tenía rasgos nativos, pelo negro y cutis trigueño.
“Siempre curó mi papá, a nosotros sus hijos también. La gente le decía “el brujo” pero el curaba no hacía ningún mal, conocía los yuyos y curaba con eso. Y si, tenía más cara de indio que de gringo”, admitió Gerónima.
Según los textos de Escolar, Don Segundo se convertía él mismo en animal o volaba (algo propio de las brujas, que fue publicado aquí), especialmente jueves y viernes, por encima de la Cordillera hasta Chile para visitar a su hermana.
Sobre este tema, Gerónima fue muy tajante: “hacía algunas hechicerías pero eso de convertirse en animal, eso no lo hacía”.
Claro que además de curandero Don Araya era guía de famosos arqueólogos y conocía esos campos como si fuera el fondo de su casa.
Gerónima no sabe curar ni le interesa el tema. “Yo lo retaba y le decía que no le diera nada a la gente pero él seguía curando y acá la gente lo quería mucho”, relató muy seria.
Uno de los hijos de Segundo, José Toribio, heredó el don de curar de Araya, pero falleció antes que su padre. Gerónima contó que “tomaba” y que un invierno lo encontraron muerto en el campo, congelado.
“Tomaba mucho mi hermano, y era el único que conocía los yuyos como mi padre, creo que es el único que heredó eso”.
Luego relató que cuando murió don Araya vivían en Sorocayense, “murió de viejito, tenía más de 80 años”.
Gerónima y su compañero, también llamado Segundo, tuvieron cinco hijos aunque nunca se casaron, “ni me casaré”, bromeó, mientras él reía en silencio, sentado a un metro de ella.
“Se hacer de todo pero ya no hago nada, él se encarga de la comida”, dijo Gerónima; y Segundo agregó “y también limpio la casa”.
Del famoso curandero, su historia íntima, sus saberes, cómo los adquirió o como los amplió, hasta donde llegó su magia, son interrogantes que Araya se llevó a la tumba.
Y aunque se perdió la única foto que tenía la familia de Don Segundo, su presencia sigue muy vigente, incluso en la finca de El Carrizal donde vivió con su familia. Allí demolieron el viejo rancho y construyeron una casa de dos pisos que fue inundada en una crecida.
“Será el papá que se estaba vengando”, dijo Gerónima.
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